Surge cuando se espera que una sola persona solucione la vida de todos. La democracia latinoamericana sufre de un eterno complejo mesiánico. Es la esperanza ingenua de querer cambiar las cosas delegando toda la responsabilidad en un gobernante, que hace las veces de salvador, (fijación nostálgica de origen colonial) o pretender que un gobernante permanezca indefinidamente en el poder para garantizar la supervivencia de un país.
La historia muestra que el cambio no lo hace solo una persona, lo hace toda una nación. Ese problema lleva a la sociedad y a los individuos a una pereza política e ideológica y a preocuparse solamente en lo que se refiere a su ámbito personal. Lo que en el fondo se requiere es una reforma individual al mapa de valores y principios que rige la vida cotidiana. Algo ha pasado en el sistema educativo que no ha sido capaz de reforzar los procesos cívicos democráticos y por el contrarío promueve el individualismo, antes que la cooperación y solidaridad. Algo sucede en la familia, núcleo que forma y construye personalidades.
Este singular síndrome es común en toda la región, ocurre también en la visión institucional de traer a cuanto experto extranjero, funcionario externo o consultor foráneo exista, para que nos venga a hablar de lo ya conocido. A menudo las personas creen que un evento no tiene calidad si no cuenta con un experto externo, que cuando viene con buenas intenciones, siempre recalca lo mismo: “Ustedes son los que saben solucionar sus problemas, yo vengo solamente a contarles algunas experiencias”, y el experto tiene toda la razón, su pobre noción de contexto le impide plantear acciones pertinentes, dada la particularidades de la región. Esa noción de entorno y conocimiento de la geografía social y económica la tienen las personas que llevan años trabajando aquí, nadie más sabe más de la región que sus propios habitantes.
Naturalmente, es importante conocer experiencias, apropiar nuevos conceptos, pero es conveniente que toda acción externa esté acompañada de esa visión de contexto. Ese complejo lleva a la región a un estado de adormecimiento colectivo que evita procesos creativos y obstaculiza cualquier macroproyecto. Siempre se está atento a un concepto, a un estudio de una entidad nacional, a un permiso, a una observación o un consejo de ese mesías conceptual que supuestamente traerá la solución. La solución yace hace tiempo en la mente de las personas que viven y conocen el acontecer regional; solamente, hace falta unir esfuerzos, trabajar para lograr resultados y saber escoger democráticamente a quienes deben basarse en el interés general y en las alianzas locales para ejecutar las soluciones pertinentes que la Orinoquia requiere. ¡Que difícil resulta saber que somos capaces!
Manuel Javier Fierro Patiño. Magíster en Desarrollo Local y Regional